Lo que queda

Hoy he escuchado una canción de un género que nunca fue de mi agrado, y allí me encontraba, cantando como si fuera una de mis favoritas. La realidad es que le debo ese nuevo gusto adquirido a un “aquel” que era fanático de esas canciones.

Es que a lo largo de nuestra vida dejamos entrar muchas personas, para ser más claros, amores. Amores que una vez terminados, deseamos que nunca se hubieran cruzado en nuestro camino, pero una vez pasado el duelo y viendo con luces largas, se despeja ese camino y vemos lo que nos queda de esas personas porque, aunque lo queramos negar siempre nos quedará algo. Aquel con quien nos atrevimos a dar nuestro primer beso. Esa persona que nos dio nuestra primera lección del desamor y que, al final nos prepara para las demás relaciones.

Y luego están los que te dejan con los detalles más simples, tal vez para ellos no tuvo mucho significado, pero en nuestra memoria quedarán para el resto de la vida. Como aquel que te llevo flores por primera vez, el que te llevo al concierto de tu cantante favorito y cantaron juntos a todo pulmón ese día. Ese que te enseño un plato de comida que ahora es uno de tus preferidos. Aquel que se quitó la chaqueta para que no te sentaras directamente en el suelo. Aquel que en uno de tus peores días te dijo: “desde el día que usted me conoció no está sola y nunca lo estará”, y lo cumplió, solo que simplemente, no pudieron ser.

Otros, por más que tratamos de recordar, simplemente no podemos, pasaron por nuestra vida sin dejar rastro de positividad, más que el hecho de enseñarte amor propio y a conocer aquello que no merecemos, lo cual a la larga no está mal.

En lo personal, siempre prefiero que sean los detalles, los buenos momentos, los lugares descubiertos, las canciones compartidas. Así vamos aclarando el camino y el corazón se va haciendo más liviano, liberándolo y preparándolo para la próxima llegada.

Los detalles en la simplicidad

Sentarse y contemplar el paisaje frente al mar. Las sonrisas de complicidad. Las miradas tímidas y hablar entre miradas. Los abrazos inesperados y apretados. Los amaneceres y las puestas de sol. Los cantos en el auto. Las conversaciones nocturnas. Los andares silenciosos. Las melodías a guitarra. Los momentos entre amigos. Esa charla como si el tiempo no hubiera pasado después de un largo tiempo sin ver a ese amigo. La cena a la mesa en familia.

Cantar a todo pulmón tu canción favorita en ese concierto. Manejar solo en compañía de la música. Leer un libro con tu mascota en tu regazo. La compañía aún cuando no te apetezca hablar. Los bailes discretos y serenos. Cuando sostienen tu mano en señal de todo estará bien. Ojear los álbumes de recuerdos. El calor de una taza en una noche fría. Recorrer a pie tu calle favorita. Las sábanas recién colocadas. Petricor. La luna en todas sus fases. Un mensaje especial luego de un día difícil. Un mensaje escrito a puño y letra. Y sentir la arena bajo tus pies. 

Y ti, ¿qué simplicidad te hace feliz? 

Casi normal

Hoy he pasado la noche en un lugarcito de esos que forman parte de nuestra rutina, una bonita plaza en la que quedar de plan con los amigos o la familia. Uno de esos tantos lugares forzados a cerrar sus puertas y que lentamente tratan de regresar a la normalidad. Con la pandemia paso a ser un desierto, lo miraba con añoranza al pasar de camino al trabajo.

Después de tanto tiempo volví, en una agradable y fresca tarde, como yo, muchos decidieron ir a la plaza. Por primera vez nuevamente parecía cobrar vida, por un lado el bullicio de los padres jugando con sus hijos, por otro, los puestos del mercado urbano y la terraza repleta de grupos de amigos. Casi normal, así parecía todo, de no ser por el llamado de atención ocasional de aquellos que estaban sin mascarilla, la limpieza constante de mesas y aquel recelo de algunos por tener cerca a un desconocido.

Con todo lo vivido, pasamos a extrañar la rutina, esa que en algún momento pareció aburrida, vacía. Al menos eso me ha pasado a mi. Volver poco a poco a los lugares de siempre, se siente bien, te hace apreciar lo cotidiano. Encontrarte con esas personas que tal vez no apreciaste como debías, pero que en los peores meses vinieron a tu mente, y te preguntaste, como estará, el señor que te despachaba café en el puesto fuera del trabajo, la vendedora ambulante del semáforo… Se extrañaba el ruido, las plazas llenas, los mercados, se extrañaba lo que nos hacía sentir normal.

Definitivamente es bueno escapar, pero lo rutinario nos complementa.

Simona

Hace ya casi 5 años de la llegada de Simona a nuestras vidas, se trata de mi gata. Simona quien en un inicio era Simón (de allí el nombre tan teatral), la encontré bajo mi auto el día que me dieron el alta por una cirugía, era muy pequeña, la lleve a mi casa por el mal estado en que se encontraba y con el pensar que le buscaría un hogar, que al final resulto siendo el mío. Antes de Simona, ya tenía a Lucas, mi adorable amigo perruno, nunca había tenido un gato de mascota, así que no sabía que esperar. Luego de la cirugía me enviaron un mes a casa, durante ese mes tenía que guardar reposo, la diferencia de contar esta historia ahora es que el confinamiento de aquel tiempo y que antes contaba como proeza, hoy todos lo pueden entender, con la única diferencia que mi confinar se redujo a incontables horas en la cama.

Mi madre siempre reclama que tengo cierta preferencia por Simona, ante mi perro y otra gata, preferencia que yo llamaría conexión. En el período de reposo tras la cirugía, prácticamente Simona se convirtió en mi única compañía, ella se recuperaba de los estragos de la calle y yo de la cirugía, en las horas de terapia me seguía por la casa y una vez terminaba ambas volvíamos a la cama. Instintivamente en los momentos en que yo más sentía dolor, la pequeña se acurrucaba sobre mí y ronroneaba sin parar, lo que al final sí que calmaba el dolor.

Siempre he dicho que Simona llego en el momento preciso, ella hizo aquel encierro más llevadero, me motivó, me dio un propósito al tener que preocuparme por su recuperación. Si bien es cierto, a medida que fue creciendo su carácter cambio por uno muy independiente, travieso e incluso indeferente, hay ocasiones en que es como si reviviéramos el momento de recuperación. En los peores momentos y días más difíciles, me mira fijamente con sus ojos color ámbar, se acurruca sobre mí, de nuevo se convierte en aquella gatita indefensa que no sabíamos si sobreviviría. Adoro a mis otras mascotas, gracias a Simona decidí más tarde darle hogar a otra gatita, pero ciertamente con Simona la relación es especial, y no, no es preferencia, es conexión, de dos seres que se encontraron en su peor momento y lograron salir de el.

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Cinco meses

Cinco meses son los que me han llevado encontrar la inspiración o tal vez las ganas de volver a escribir. Aunque pueda parecer repetitivo, ya lo comentaba por allá en noviembre, sobre como algunos compañeros no encontraban la inspiración para escribir. Todo es muy abrumador cuando acostumbras a ser alguien que solo para al dormir. Como encuentras la inspiración que te ha abandonado hace meses.

Como bien ha mencionado Manoloprofe en su última entrada, El reto nuestro de cada día:
“Escribir no es algo automático, sino provocado, querido, deseado y llevado a cabo, con la satisfacción de cumplir el reto, hacer lo que nos gusta y la alegría de saber que alguien nos está leyendo…”

De eso se trata escribir, de la satisfacción que sientes al terminar un escrito, el hacerlo sin sentir que es una obligación y que no son solo palabras vacías sin un sentido. 

Hace un par de días conversaba sobre el tema con un colega, me cuestionaba el por qué de mi agobio, ya que afortunadamente no me he visto afectada directamente por la situación. Pero como te haces indiferente cuando estas rodeado de pérdidas, aunque no sean de tu entorno más intimo, cuando tu libertad fue interrumpida, sumado a la incapacidad de cruzar fronteras cualquiera sea el motivo. Al ver el panorama bastante oscuro, muchos decidimos dejar de lado las pantallas un tiempo. Y el teclado.

A pesar que todo suena bastante catastrófico, los últimos meses han sido muy beneficiosos. Aprendí a alejarme de las pantallas y disfrutar realmente de los y lo que me rodea, a aceptar nuevos retos tanto a nivel profesional como personal, dije adiós a algunos cuantos y le abrí las puertas a otros. También le di gusto a los pequeños placeres, a esperar el atardecer en la terraza junto a mi perro y mis gatas, a manejar sin rumbo fijo, a sentarme a la orilla del mar, a leer un libro en dos días y a pasar otro descubriendo nueva música.

Y así, cuando menos lo esperas, en el momento no programado, todo fluye, con esa misma ligereza que sientes después de meses de hacer pausas, de enfoque a nuevos horizontes, con una que otra pena y con más batallas ganadas.

Señales de alarma

Por mi propia experiencia, desde que inicie en esta profesión siempre he implementado lo de dar tiempo para hablar y escuchar al paciente. Hace unos meses tuve la oportunidad de conocer a una paciente que me mostraría lo importante que puede ser esto. Cuando esta señora llego a consulta, su estado bucal estaba en muy malas condiciones, necesitaba extracción de varias piezas dentales, abscesos y lo que finalmente la llevo a la consulta, dolor. Ya se lo que pensarán, pero no, no se trataba de descuido. Ese día ella fue acompañada por su esposo, quien se negaba a dejarla sola ni tan solo un segundo y se mostraba bastante dominante, les comunicamos que debían regresar para continuar con el tratamiento, hasta se retiraron sin realizar el pago correspondiente. Regresaron mucho tiempo después, otro de los abscesos se había complicado y sentía mucho dolor, a regañadientes logramos que el esposo saliera del consultorio. Una vez fuera, la paciente rompió en llanto, confesó que no contaba con el dinero para pagar el tratamiento, su esposo no la dejaba trabajar y no le daba dinero, él no le permitía atenderse ni realizar ningún control de salud, solo acudía al centro cuando su mal se hacía imposible de aguantar, era victima de maltrato doméstico y necesitaba ayuda para salir de aquella situación.

Sabemos que la necesidad de hablar por parte de algunos pacientes puede darse como un mecanismo reflejo que busca calmar la ansiedad que les genera la atención, como lo mencione en el artículo ¿Necesidad o ansiedad?  donde tocaba este tema, pero esa necesidad de hablar también puede guardar sus secretos. Hay pacientes que necesitan ser escuchados, si eres receptivo, ellos crearán un vínculo de confianza que permitirá identificar ciertas alertas, algo aplicable a todos los ámbitos de nuestra vida. En mi caso, la paciente desde un inicio pedía a su esposo de manera insistente que saliera, hablaba en exceso, como si con la conversación tratará de alargar su estancia en el consultorio, había pasado por otros departamentos y el personal la regañaba por descuidada, por lo que no se atrevió a pedir ayuda. 

Conflictos o violencia doméstica, abusos, adicciones, entre otras, han sido identificadas en la atención de pacientes. Pacientes que regresan incluso innecesariamente a la consulta, con supuestas molestias que a las pruebas son inexistentes, cuando en realidad es que están escapando de su entorno. Si bien es cierto, esto es más común a nivel de la atención pública, pueden darse casos en la clínica privada. También es común que en muchos lugares el tiempo de trabajo es limitado, pero dentro de lo posible debemos mostrarnos abiertos al diálogo, escuchar y ver un poco más allá de las necesidades directas de nuestro servicio. La atención que brindamos requiere ser integral, debemos saber identificar señales, trabajar en conjunto con otros profesionales y así derivar estos pacientes para que encuentren la ayuda que necesitan según cada caso.

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Ser sensible, no es ser débil

Hace unos meses escribía sobre todo aquello que vamos dejando a quienes se cruzan en nuestro camino, en ocasiones son buenos recuerdos, otras veces sinsabor. Algo que me marcó hace un par de años en una pasajera relación fue cuando llego el caos, él me repitiera constantemente que yo era débil. Me llamaba débil por llorar ante ese caos que precisamente él había provocado, débil por la ansiedad que me generaba el sabotaje que hacía a mi vida, por ser capaz de querer en lo que decía era poco tiempo y sufrir el que no estuviera recibiendo más que mentiras de vuelta. Llega un momento cuando te repiten tanto algo que empiezas a tomarlo como tu verdad, y si no despiertas a tiempo, te puede llevar al fondo. Afortunadamente ese no fue mi caso, un buen día me dije, no, no soy débil, recordé momentos de mi vida que fueron de más impacto y sobreviví a ellos.

Lo que más recuerdo, es cuando me dijo que si seguía así siempre sufriría por el resto de mi vida. En retrospectiva, he llevado una vida como mencione en otra entrada: en la que he sufrido menos, pero con más intensidad. Esto lo puedo traducir a que he sentido con mayor intensidad, y sentir con intensidad, no es ser débil. Es como ese pensar de “los hombres no pueden llorar”. Cuando desperté y me dije: basta, no soy débil, encontré mi respuesta… Sí, soy muy sensible. La piel se me pone china con algunas canciones; puedo llorar de felicidad, de tristeza, cuando recibo la noticia de un conocido que murió aunque tuviera meses sin hablar con el o cuando muere la mascota en la película; me enojó si me mienten, si maltratan un niño o un animal; soy inmensamente feliz estando frente al mar, me desconecto frente a un atardecer y cuando te veo cantar con guitarra a mano… Por qué, porque estoy sintiendo intensamente cada uno de esos momentos.

Al final, que me repitiera tantas veces que era débil termino dándome la fuerza necesaria para decir adiós prontamente. Con una lección bien aprendida y una inseguridad menos. No somos débil por llorar, por decir que no estamos bien, por sentir ansiedad y buscar ayuda. No somos débil por sentirnos vulnerables ante una ruptura, por vivir un duelo. Claro esta, cuando se trata de sentir dolor, lo importante es no quedarse ahí y si sientes que no encuentras la salida, una ayuda nunca estará de más. Entendí que ser sensible, no es ser débil.