Hoy he escuchado una canción de un género que nunca fue de mi agrado, y allí me encontraba, cantando como si fuera una de mis favoritas. La realidad es que le debo ese nuevo gusto adquirido a un “aquel” que era fanático de esas canciones.
Es que a lo largo de nuestra vida dejamos entrar muchas personas, para ser más claros, amores. Amores que una vez terminados, deseamos que nunca se hubieran cruzado en nuestro camino, pero una vez pasado el duelo y viendo con luces largas, se despeja ese camino y vemos lo que nos queda de esas personas porque, aunque lo queramos negar siempre nos quedará algo. Aquel con quien nos atrevimos a dar nuestro primer beso. Esa persona que nos dio nuestra primera lección del desamor y que, al final nos prepara para las demás relaciones.
Y luego están los que te dejan con los detalles más simples, tal vez para ellos no tuvo mucho significado, pero en nuestra memoria quedarán para el resto de la vida. Como aquel que te llevo flores por primera vez, el que te llevo al concierto de tu cantante favorito y cantaron juntos a todo pulmón ese día. Ese que te enseño un plato de comida que ahora es uno de tus preferidos. Aquel que se quitó la chaqueta para que no te sentaras directamente en el suelo. Aquel que en uno de tus peores días te dijo: “desde el día que usted me conoció no está sola y nunca lo estará”, y lo cumplió, solo que simplemente, no pudieron ser.
Otros, por más que tratamos de recordar, simplemente no podemos, pasaron por nuestra vida sin dejar rastro de positividad, más que el hecho de enseñarte amor propio y a conocer aquello que no merecemos, lo cual a la larga no está mal.
En lo personal, siempre prefiero que sean los detalles, los buenos momentos, los lugares descubiertos, las canciones compartidas. Así vamos aclarando el camino y el corazón se va haciendo más liviano, liberándolo y preparándolo para la próxima llegada.