Señales de alarma

Por mi propia experiencia, desde que inicie en esta profesión siempre he implementado lo de dar tiempo para hablar y escuchar al paciente. Hace unos meses tuve la oportunidad de conocer a una paciente que me mostraría lo importante que puede ser esto. Cuando esta señora llego a consulta, su estado bucal estaba en muy malas condiciones, necesitaba extracción de varias piezas dentales, abscesos y lo que finalmente la llevo a la consulta, dolor. Ya se lo que pensarán, pero no, no se trataba de descuido. Ese día ella fue acompañada por su esposo, quien se negaba a dejarla sola ni tan solo un segundo y se mostraba bastante dominante, les comunicamos que debían regresar para continuar con el tratamiento, hasta se retiraron sin realizar el pago correspondiente. Regresaron mucho tiempo después, otro de los abscesos se había complicado y sentía mucho dolor, a regañadientes logramos que el esposo saliera del consultorio. Una vez fuera, la paciente rompió en llanto, confesó que no contaba con el dinero para pagar el tratamiento, su esposo no la dejaba trabajar y no le daba dinero, él no le permitía atenderse ni realizar ningún control de salud, solo acudía al centro cuando su mal se hacía imposible de aguantar, era victima de maltrato doméstico y necesitaba ayuda para salir de aquella situación.

Sabemos que la necesidad de hablar por parte de algunos pacientes puede darse como un mecanismo reflejo que busca calmar la ansiedad que les genera la atención, como lo mencione en el artículo ¿Necesidad o ansiedad?  donde tocaba este tema, pero esa necesidad de hablar también puede guardar sus secretos. Hay pacientes que necesitan ser escuchados, si eres receptivo, ellos crearán un vínculo de confianza que permitirá identificar ciertas alertas, algo aplicable a todos los ámbitos de nuestra vida. En mi caso, la paciente desde un inicio pedía a su esposo de manera insistente que saliera, hablaba en exceso, como si con la conversación tratará de alargar su estancia en el consultorio, había pasado por otros departamentos y el personal la regañaba por descuidada, por lo que no se atrevió a pedir ayuda. 

Conflictos o violencia doméstica, abusos, adicciones, entre otras, han sido identificadas en la atención de pacientes. Pacientes que regresan incluso innecesariamente a la consulta, con supuestas molestias que a las pruebas son inexistentes, cuando en realidad es que están escapando de su entorno. Si bien es cierto, esto es más común a nivel de la atención pública, pueden darse casos en la clínica privada. También es común que en muchos lugares el tiempo de trabajo es limitado, pero dentro de lo posible debemos mostrarnos abiertos al diálogo, escuchar y ver un poco más allá de las necesidades directas de nuestro servicio. La atención que brindamos requiere ser integral, debemos saber identificar señales, trabajar en conjunto con otros profesionales y así derivar estos pacientes para que encuentren la ayuda que necesitan según cada caso.

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¿Necesidad o ansiedad?

Como personal de salud, tenemos que lidiar día a día con muchas situaciones relacionadas con los pacientes, mientras brindamos nuestro servicio. Existe una en común que sale a relucir al momento de las reuniones de personal, se trata de la necesidad de hablar del paciente. Desafortunadamente debo decir que la gran mayoría se refiere a esta situación en modo de queja, el volumen de paciente que se atiende no te da para dedicar tiempo a una amena charla, por más que quisieras hacerlo.

Les hablaré sobre mi experiencia personal, como saben soy cirujana dental, hago práctica privada, y además trabajo en un centro de salud a nivel público. En la privada, los pacientes suelen ser programados, puedes dedicarle un poco más de tiempo, pero en la atención pública es otro asunto, tienes un tiempo establecido, en 8 horas toca ver 18 pacientes, lo que da a 26 minutos por paciente, hay tratamientos que es imposible hacerlos en este tiempo, y jamás podrás dedicarle tiempo extra a una charla. Sin añadir, que de estos 18 pacientes, 10 se plantan para hablar en plan, largo y tendido. Desde nuestra formación casi que nos graban la idea que, esa necesidad de hablar se da como un mecanismo de regulación por los nervios o ansiedad que le puede producir la atención que están por recibir, tratando de alargar el momento de esta manera. Pues que me diga quién va al odontólogo saltando de felicidad. Pero luego al notar que es algo general, que sucede en los otros servicios, me ha hecho preguntarme desde hace algún tiempo por las necesidades del paciente, aquellas que van más allá de los tratamientos por los que vienen.

Cuando le das pie a los pacientes para hablar, suelen crear una relación de confianza, me sucede a menudo, dentro del tiempo limitado que tengo trato de darles tan siquiera unos minutos para hablar. He descubierto que muchas veces esta necesidad de hablar son reflejo de otras situaciones que se pueden estar presentando en su entorno, conflictos familiares, maltrato doméstico, abusos y la precaria situación económica por la que puedan estar atravesando. Existen casos tan complejos que han requerido la referencia de esos pacientes con psicólogos, la satisfacción de ver a algunos salir de ese abismo en el que estaban es enorme.

No sé si en otros países la atención sea de esta manera, pero el personal de salud debe ser receptivo, muchos de esos pacientes me han dicho que pasaban por otros servicios del hospital y los otros profesionales no le dieron esa oportunidad de hablar, pasaron desapercibidas sus situaciones. Si bien es cierto, no podemos resolver su caso, pero sí podemos referir a aquel profesional que puede brindarle la ayuda necesaria como son los psicólogos, cuando exista una clara problemática. Tengo claro que puede ser que para algunos el hablar sí los ayude a aplacar la ansiedad del momento, pero independientemente de la causa que sea, dentro del poco o mucho tiempo que tengamos para atender a cada paciente debemos dedicar aunque sea unos pocos minutos para escuchar, ya que hablar puede aliviar su carga, y no solo nosotros, esta puede ser una tarea de todos, pues esta situación también se da en las salas de espera y aplica a nivel personal.

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Todo empezó

Tanto en mis redes sociales, como acá, me envían preguntas sobre odontología, por lo que he decidido crear una nueva categoría dentro del Blog, para contar algunas historias e información sobre mi carrera profesional. Hoy les vengo a contar que me motivó a estudiar odontología. Les parecerá curioso, pero aunque no lo crean, mi decisión vino de una mala experiencia. De adolescente, tenía serios problemas con mis dientes, un apiñamiento severo que estaba afectando mi autoestima, así que mi madre decidió llevarme con un ortodoncista para que arreglará mis dientes. Lo primero que dijo fue que debía realizarme unas extracciones (sacar muelas) en la parte superior para poder arreglarlos. Yo estaba aterrada, nunca había pasado por una extracción, así que decidió que las haríamos una a una. Me fue bien con esas extracciones, pasaron los meses y vi grandes cambios, yo estaba feliz, estaba recuperando mi autoestima perdida. Luego de algunos meses, me dijo que tenía que realizar otras extracciones en la parte inferior para poder completar el tratamiento, como todo fue bien con las otras, decidí que me haría las inferiores a la vez.

Ese día, fui pensando que todo sería igual de fácil que las anteriores, así fue con la primera, pero cuando fue al segundo, todo se complicó. Por más que el doctor trataba de “aflojar” el diente, por alguna razón no podía, pasaron los minutos, llego una hora. Yo empecé a sentir dolor, él me ponía más y más anestesia, pero el dolor no se iba. Mi madre al verme alterada, le dijo que lo dejará hasta allí, pero el doctor me dio unos minutos y luego trato de continuar. El dolor no paraba, tratando de aplicar más fuerza para sacarlo, se le termino deslizando su mano haciendo una herida en la parte inferior de la encía, en ese momento mi madre se enojó y lo obligó a parar. Me tuvo que enviar con otro especialista al día siguiente para que se hiciera cargo.

Para no dejarlos asustados, aunque creo que ya lo hice… Al día siguiente fui con el especialista, sentía pánico, entre llorando al consultorio, él se tomo el tiempo para calmarme y me fue muy bien, en 10 minutos estaba resuelto el problema. Este Doctor que años después sería mi profesor, fue quien me encendió una primera chispa; su trato, la paciencia, la manera en que me explicó todo para que no sintiera temor, fue clave.

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Aprendiendo

No es más rico el que más tiene, si no el que menos necesita.

San Agustín

Estos últimos meses he tenido la oportunidad de participar en un Programa Escolar que forma parte del sistema de salud público de mi país, el mismo esta integrado por diferentes áreas: médicos, tecnólogos médicos, enfermeras, trabajadores social, odontólogos, entre otras. Va enfocado sobre todo a escuelas que se encuentran en áreas de difícil acceso, es esto precisamente lo que lo ha hecho especial para mí, pues como odontóloga debo ir a esas escuelas junto con personal de enfermería a brindar atención a los estudiantes.

Son comunidades muy alejadas, el tiempo aproximado de llegada es de dos horas mínimo, con caminos de tierra, sin señal de móvil, algunos sin luz o sin agua, con transporte escaso. Esta última es la razón por la que acudimos, aunado a la falta de transporte, muchos viven aún más alejados de la escuela, a algunos les toma una hora o más a pie para llegar. Entre mis funciones están: dar charlas sobre técnicas de higiene oral, hacer limpiezas y entregar algunos suplementos de higiene bucal. Pero el enfoque de esta entrada no es nuestro trabajo, si no los aprendizajes que obtenemos de quiénes menos tienen.

Fotografía: Instagram @takenbylis

Por supuesto, no todo es color de rosa. Muchos de aquellos niños nunca han recibido atención por parte de un odontólogo, por lo tanto, al momento de empezar a atenderlos es muy difícil por el temor que sienten, nos corresponde buscar la manera de ganarnos su confianza lo más rápido posible. A la hora de partida, luego de las actividades, no te quieren dejar ir y de hecho, tú no te quieres ir. La nobleza de aquellos pequeños te invade, son los niños más inocentes, amables y honestos con los que he tenido la oportunidad de trabajar. A pesar de sus carestías que son infinitas, siempre tienen una sonrisa para aquel que llega de afuera, siempre dispuestos a ayudarte a cargar los implementos que llevas, a hacer del espacio que te brindan lo más cómodo posible para facilitarte el trabajo y a regalarte un poquito de lo que la naturaleza les da para que tú lleves a tu hogar.

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Entre camas y pasillos

Entre camas y pasillos

Cuando trabajas o realizas entrenamientos en carreras de la salud, por lo general pasas más tiempo en el hospital que en tu propio hogar, luego de un tiempo te empiezas a percatar que no sólo se trata de brindar atención al paciente por la condición que presenta, pues muchas de estas personas te eligen como su psicólogo personal. Sabemos que no debemos crear apego emocional hacia los pacientes, la profesión puede tornarse algo dolorosa cuando la desgracia llama a la puerta de aquellos que se vuelven especiales para nosotros, pero siempre hay algunos con los que creamos cierto vínculo al conocer sus historias, de las cuales algunas te marcan y te graban permanentemente, enseñándote a valorar lo que tienes y a ser agradecidos con la vida.

Me gusta compartir estas historias, ya que al transmitir las palabras de esas personas, las cuales muchas ya no están, se mantiene su legado vivo a través de sus enseñanzas. Aquí les comparto esta breve historia que me contó un paciente hace unos meses atrás, que nos llego a todos los presentes, sobre todo por la actitud tan positiva que irradiaba, te transmitía sus ganas de vivir.

A simple vista era un paciente muy alegre, nos hizo reír desde que llegó a la consulta. Este era un hospital oncológico, así que obviamente estaba siendo tratado por cáncer, en mi pensamiento estaba que a lo mejor sólo estaría en controles o tal vez su tipo de cáncer no era muy agresivo. Recuerdo escucharlo decir: “Me ven así, en mi vida sólo ha existido la tragedia, pero esto no me arrebatará las ganas de vivir cada día.” Tenía dos años de haber sido diagnosticado con cáncer de próstata, al hacerle exámenes más profundos se percataron que ya había hecho metástasis a los huesos, por supuesto que fue devastador. Por lo general cuando el cáncer invade los huesos, el pronóstico es generalmente muy pobre. Transcurridos algunos meses, mientras recibía su tratamiento en el hospital, recibe la noticia que su hijo de 22 años había perdido la vida a causa de un accidente automovilístico mientras trabajaba. Inmediatamente después de esto, su esposa lo abandono bajo la excusa que no soportaba todo lo malo que estaba pasando, y no sólo lo abandono a él sino también a su hija de 15 años… No supo más de su esposa.

Con ayuda de otros familiares, había tratado de salir adelante, sin descuidar a su hija, quién lo acompañaba ese día. Ella se sentía muy orgullosa de su padre, porque comentaba que nunca le había faltado nada, a pesar que él estaba luchando contra el cáncer, siempre ella había sido su mayor preocupación. Este señor recibía sus tratamientos puntualmente, con la esperanza de curarse algún día, a pesar del pronóstico desfavorable que le dieron los médicos o como decía él, para estar en las mejores condiciones posible para disfrutar y poder acompañar a su hija por el mayor tiempo que le fuera posible. Durante su estancia en la consulta, siempre mantuvo una sonrisa, nos motivaba a vivir alegres y a agradecer cada día por la vida, así como a disfrutar de quienes nos rodean y están siempre con nosotros.

Entre las camas y pasillos de los hospitales, recorren muchas historias como estas y muchas veces sólo debemos saber escuchar, porque hay pacientes que tan sólo con ser escuchados contribuimos a aliviar un poco su pesar. Historias tristes, alegres, de superación, cada una diferente; pero que nos dejan grandes lecciones y nos enseñan a vivir. No hay nada mejor que cuando estos pacientes logran superar su condición, verlos agradecidos y felices en camino a su hogar es una gran satisfacción; claro, algunos no cuentan con la misma suerte y abandonan este mundo, pero en el fondo quedamos agradecidos por haber compartido sus secretos y consejos, para que vivamos plenamente y de una manera u otra siempre estarán en nuestro recuerdo.

Sólo nos queda seguir su ejemplo, disfrutar cada día a pesar de las adversidades y vivir al máximo, agradeciendo por lo que tenemos. Espero sus historias inspiradoras…